Hay varias formas en la que nuestra seguridad puede verse comprometida en un ámbito informático, pero principalmente estos puntos de intrusión se pueden clasificar en vulnerabilidades de software y de hardware, así como de simple descuido del usuario encargado de mantener un mínimo de control sobre la robustez de las barreras de seguridad colocadas.
Empezando por las vulnerabilidades, estas son tantas y tan extendidas que muchas tan siquiera se conocen a día de hoy, pero las que se conocen son capaces de dejar entrar malware capaz de infectar nuestros equipos con consecuencias tan variopintas como el cifrado completo de nuestros discos duros, con lo que ello supone ante la ausencia de una copia de seguridad actualizada de dichos datos.
Dichas vulnerabilidades, como se ha mencionado anteriormente, pueden ser clasificadas como vulnerabilidades de software y de hardware, siendo las más preocupantes las actualizaciones de hardware que son muchísimo más difíciles de parchear y generalmente necesitan de una modificación física del componente para ser totalmente subsanadas, algo que le ha ocurrido de forma repetida a Intel con vulnerabilidades como Spectre, Meltdown, MDS o SWAPGS.
Las vulnerabilidades de software, pese a estar mucho más extendidas en cantidad, terminan siendo más sencillas de parchear y pueden ser subsanadas habitualmente en cuestión de semanas o unos pocos meses, razón por la que se dan 90 días de tiempo antes de lanzar la información acerca de una vulnerabilidad al público. De todos modos, estas pueden ser igual o más peligrosas que una vulnerabilidad de hardware, dado que dichas vulnerabilidades pueden permitir la ejecución de código no autorizado que abra las puertas a distintos malware de mayor calibre.
Si bien el usuario medio no puede hacer nada ante los problemas de seguridad que puedan surgir por parte de las compañías, sí que puede evitar su propia infección y consiguiente expansión de un malware concreto tomando unas medidas básicas de seguridad, que además permitirán que los datos personales como nombres de usuario, correos y contraseñas se encuentren a salvo en caso de que exista algún tipo de filtración de dicha clase de credenciales debido a malware.
Entre ellas se encuentra el uso de soluciones antivirus como la que ya viene incluida con Windows 10, Windows Defender, así como asegurarnos que nuestras contraseñas son robustas, no son la misma para todos los servicios usados, y limitar en la medida de lo posible la conexión a redes inalámbricas desprotegidas o que no sean de confianza, dado que dichas redes pueden llevar a un punto de acceso que no es el que creemos y con ello podemos sufrir infecciones de malware, robo de datos o incluso pérdida de datos.
Sin duda esto no es más que una pequeña parte de todo lo que abarcan esta clase de problemas de seguridad, ya que los métodos más exóticos incluyen elementos como los USB Killer, unos dispositivos capaces de dañar físicamente el equipo por el simple hecho de conectar una unidad USB desconocida que realmente no es una unidad de almacenamiento, sino un dispositivo diseñado para averiar todo lo que se encuentre a su paso.