El almacenamiento que utilizamos a diario llega en distintos formatos que, si bien puede que no los conozcamos todos, las probabilidades de que hayamos usado la mayoría de ellos son muy probables. Dejando atrás tecnologías como las memorias de tambor o de burbuja, podemos considerar como almacenamiento moderno los disquetes y los discos duros, unidades muy distintas en su planteamiento al tratarse las primeras de unas unidades extraíbles, mientras que las segundas están destinadas a permanecer en la misma ubicación durante la mayor parte de su vida útil.
De todos modos, la tecnología ha ido avanzando en ambos sectores y a velocidades a menudo distintas, razón por la que, si bien las unidades de CD, DVD y Blu-ray sustituyeron a las disqueteras por su mayor fiabilidad y capacidad de almacenamiento, finalmente han sido las unidades USB las que se han llevado la palma en cuanto a versatilidad y velocidad, no sin ello tener una reñida lucha con los discos duros externos y, siguiendo la evolución, las unidades SSD externas, que pueden llegar tanto en tamaños similares a los de una unidad de 2.5” como en el factor de forma de un SSD M.2. promedio, junto a grandes ventajas en cuanto a capacidad.
En el lado contrario, en el interior de nuestros equipos, mayormente encontramos unidades de estado sólido, comúnmente denominadas SSD, y discos duros mecánicos, también conocidos como HDD. Estos dos sistemas de almacenamiento cubren prácticamente la totalidad del almacenamiento interno de los ordenadores de escritorio y portátiles, y pueden llegar tanto en formatos de 3.5 y 2.5 pulgadas para los discos duros, así como en formatos de 2.5 pulgadas y M.2. para los SSD, disponibles tanto con bus SATA como NVMe, donde la actual generación de unidades NVMe permite velocidades de más de 3000MB/s, a diferencia de los usuales 550MB/s que vemos de media en las unidades SSD SATA.
En el mundo empresarial las cosas son algo más complicadas que en el mercado doméstico, donde podemos encontrar otros tipos de conexión como SAS o U.2., unidades de cinta magnética, e incluso sistemas de combinación de discos denominados RAID, donde podemos combinar varias unidades iguales para crear una única unidad más grande o más resistente a fallos físicos, donde la importancia de los datos será el principal determinante en qué tipo de RAID necesitamos.
A grandes rasgos, si buscamos el máximo rendimiento tanto en escritura como en lectura, utilizaremos RAID 0, modalidad que divide los datos entre el número de unidades presentes pero no los duplica, por lo que si bien aumenta el rendimiento, el fallo de una sola unidad hará que perdamos el contenido de todos los discos. Si por el contrario, queremos aumentar la fiabilidad de nuestro sistema de almacenamiento, y como efecto colateral aumentar la velocidad de lectura, utilizaremos un RAID 1, modalidad que permite tener nuestros archivos repetidos en todas las unidades del conjunto y por tanto, nos tiene prevenidos en caso de fallo de una o más unidades siempre que no fallen todas las del conjunto, razón por la que siempre hay que sustituir una unidad dañada aunque el conjunto funcione.